Miguel Ángel Petrecca |
Las ventanas, guardadas por cortinas
que no habían sido lavadas en meses,
ahumaban ligeramente la luz del sol,
generando en su interior un crepúsculo falso
y constante. Una vez me trajeron con el café
una medialuna mordida por un animal.
El mozo reaccionó con lentitud
como si no comprendiera del todo
y finalmente se llevó la medialuna.
Nuestra cuota diaria de masoquismo
quedaba ahí plenamente satisfecha.
Gran parte de nuestra cuota diaria
de café y nicotina. Una parte, también,
pero pequeña, de nuestra cuota diaria
de exhibicionismo. Los mozos eran mudos, y sordos.
Las palomas entraban, de vez en cuando,
y de vez en cuando eran echadas también
como borrachos que se han pasado de la cuenta.
Los mozos reaccionaban despacio.
El dueño parecía un viejo boxeador.
Creo que ya lo dije: el café era el más rico.
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