sábado, 16 de agosto de 2014

CRAC, CRAC, CASCAR

Marina Yuszczuk
Me gusta la cáscara de los huevos cuando se rompe, no conozco otra cosa que haya nacido para romperse tanto como la cáscara del huevo. Me gustan las botellas cuando se rompen, el ruido que hacen, pero me da miedo. Algunas cosas se rompen de maneras que no sirven para imaginarse nada, como los sobres. Los huesos se rompen, sanan con dificultad. Cualquier ilusión puede romperse; de hecho, todas se rompen y algunas veces se vuelven a armar, pero no exactamente como una película de un vidrio que estalla en mil pedazos y que se pasara marcha atrás, vuelan los pedacitos a reunirse y otra vez es uno, espejeante. Las ideas se rompen, pero no de maneras tan simples como la cáscara de los huevos, ¡crac!, por la mitad, sino como las células que rompen su pared cuando viene un organismo de afuera, y lo incorporan, y se convierten de pronto en otra cosa; como cadenas de átomos que se unen con otras cadenas para formar otros compuestos. Lo que pensamos de los otros puede romperse como un huevo, ¡crac!, y de repente cae yema babosa. Me gustan los huevos revueltos, los huevos fritos, no me gusta mucho tocar la clara, me gusta la yema cuando está más o menos cocida, me gusta batir claras a nieve que es otra manera mucho más invisible de romper proteínas, violentamente, y convertirlas en espuma suavísima.

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